Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

Herman Hesse ("Demian")

viernes, 22 de febrero de 2013

Evocación...

Mi vida Secreta
Anónimo

"No hay visión más exquisita y voluptuosamente excitante que la de una mujer bien formada, sentada o tumbada, desnuda con las piernas cerradas, oculto su coño por los muslos y sólo indicado por la sombra proveniente de los rizos de su toisón, que se espesa al acercarse a la parte superior del templo de Venus, como si quisiera ocultarlo. Entonces, a medida que sus muslos se abren suavemente y la raja en el fondo de su vientre se abre ligeramente con ellos, aparece el crecimiento de los labios, surgen el delicado clítoris y las ninfas, se ve el incitante tinte rojo de toda la superficie, y el conjunto queda enmarcado por el cabello rizado, suave y brillante mientras por los alrededores no hay sino la carne suave y marfileña del vientre y los muslos, que le proporcionan el aspecto de una joya en un estuche. Los ojos del hombre nunca podrán descansar en un cuadro más dulce. Entonces, cuando los muslos se abren para el abrazo del hombre y el coño se muestra en toda su longitud y anchura, rojo y brillante con humedad y lujuria, viéndose todo menos el extremo inferior donde se encuentra la entrada para la polla, que está parcialmente cerrada por las marfileñas nalgas y parece de un rojo más oscuro por la sombra donde se encuentra, expresando el secreto y la profundidad del tubo donde ha de hundirse la polla, y donde penetra, se endurece y palpita, emite y se reduce mientras su propietario casi se desmaya por el placer que recibe y da. ¿Hay alguna cosa en este ancho mundo comparable a un coño? ¿Cómo puede un hombre dejar de sentir curiosidad, deseo y encanto en él? En esos momentos mi cerebro gira con visiones de belleza y placer pasadas, presentes y futuras. Mis ojos cubren todo el espectáculo desde el ano hasta el ombligo, el coño parece investido de belleza seráfica y ser un ángel su poseedora. Por eso incluso ahora puedo contemplar los coños con todo el júbilo de mi juventud, y aunque haya visto mil cuatrocientos, desearía ver mil cuatrocientos más. Sobre la fisonomía de los coños y sus capacidades para dar placer creo que sé tanto como la mayoría de los hombres. Fisiológicamente pueden dividirse en cinco clases, pero un coño puede compartir las características de una, dos o más, especialmente por lo que respecta al desarrollo de clítoris y ninfas. Los clasifico del siguiente modo: 1) coños perfilados limpiamente; 2)perfilados con bandas: 3) labiados con volantes; 4) labiados finamente; 5) de labios llenos, y 6) respingones."

domingo, 3 de febrero de 2013

Historia de O

... Pero no sucedió como ella imaginaba. Le oyó abrir la puerta y cruzar la habitación. Permaneció un rato de pie, de espaldas al fuego,contemplándola y, luego, en voz muy baja, le dijo que se levantara y se sentara. Ella le obedeció, sorprendida y hasta molesta. Él le ofreció amablemente un whisky y un cigarrillo que ella rehusó.
Entonces advirtió ella que se había puesto una bata, una bata muy severa, de buriel gris, del mismo gris que sus cabellos. Tenía las manos largas y enjutas y lasuñas planas, cortas y muy blancas. Sorprendió la mirada de O y ella enrojeció: eran aquellasmanos, duras e insistentes, las que se habían apoderado de su cuerpo, y ahora las temía y lasesperaba. Pero él no se acercaba.
—Quisiera que se desnudara —dijo—. Pero, primero, quítese sólo la blusa, sin levantarse.
O desabrochó los grandes corchetes dorados y se despojó del justillo negro que dejó en unextremo del sofá, junto a la chaqueta, los guantes y el bolso.
  —Acaricíese un poco la punta de los senos —dijo entonces Sir Stephen, y añadió
—Tendrá que usar un maquillaje más oscuro, ése es demasiado claro.
O, estupefacta, se frotó con la yema de los dedos los pezones, los cuales se endurecieron e irguieron. Luego, los cubrió con la palma de la mano.
— ¡Ah, no! —exclamó Sir Stephen.
Ella retiró sus manos y se apoyó en el respaldo del sofá. Sus senos eran muy abultados para su talle tan fino y cayeron suavemente hacia sus axilas. Tenía la nuca apoyada en el sofá ylas manos a lo largo del cuerpo. ¿Por qué Sir Stephen no acercaba a ella su boca, por qué no ponía la mano en los pezones que él había deseado ver erguirse y que ella sentía estremecerse, por más inmóvil que se mantuviera, sólo con respirar?
Él se acercó, se sentó en el brazo del sofá y no la tocó. Estaba fumando y, a un movimiento de su mano, que O nunca supo si había sido involuntario, un poco de ceniza casi caliente fue a caerle entre los senos.
Ella tuvo la sensación de que quería insultarla, con su desdén, con su silencio, con su atención impersonal. Sin embargo, él la había deseado poco antes, la deseaba todavía, ella lo veía tenso bajo la fina tela de la bata. ¿Por qué no la tomaba, aunque fuera para herirla? O se odiaba a sí misma por aquel deseo y odiaba a Sir Stephen por su forma de dominarse. Ella quería que él la amara, ésta es la verdad: que estuviera impaciente por tocar sus labios y penetrar en su cuerpo, que la maltratara incluso, pero que, en su presencia, no fuera capaz de conservar la calma ni de dominar el deseo.
En Roissy le era indiferente que los que se servían de ellas intieran algo: eran los instrumentos por los que su amante se complacía en ella, los que hacíande ella lo que él quería que fuese, pulida, lisa y suave como una piedra. Sus manos y sus órdenes eran las manos y las órdenes de él. Allí no. René la había entregado a Sir Stephen, pero era evidente que quería compartirla con él, no para obtener algo más de ella ni por la satisfacción de entregarla, sino para compartir con Sir Stephen lo que en aquellos momentos más amaba él, al igual que en otro tiempo habían compartido seguramente un viaje, un barco oun caballo.
Hoy, aquella oferta tenía un significado mayor en relación con Sir Stephen que enrelación con ella. Lo que cada uno buscaría en ella sería la marca del otro, la huella del paso del otro. Hacía un momento, cuando ella estaba arrodillada junto a René y Sir Stephen le abríalos muslos con las dos manos, René le había explicado por qué el dorso de O era tan accesible y por qué él se alegró de que se lo hubieran preparado así. Pensó que a Sir Stephen le gustaría tener constantemente a su disposición la vía que más le agradaba. Incluso le dijo que, si quería, podría hacer de ella uso exclusivo.
 — ¡Ah, encantado! —exclamó Sir Stephen, pero añadió que, a pesar de todo, existía el peligro de que desgarrase a O.
—O es tuya —respondió René, inclinándose sobre ella para besarle las manos.
La sola idea de que René pudiera tener intención de privarse de alguna parte de su cuerpo trastornó a O. Veía en ello la señal de que su amante quería más a Sir Stephen que a ella. Y por más que él le había repetido que amaba en ella el objeto en que la había convertido, la libertad de disponer de ella como quisiera, como se dispone de un mueble que a veces tanto agrada regalar como conservar, ella comprendía que no había acabado de creerle.
Y veía otra prueba de eso que no podía llamar de otro modo que deferencia para con Sir Stephen en que René, que tanto se complacía al verla bajo el cuerpo o los golpes de otros, que con tanta ternura y reconocimiento veía abrirse su boca para gemir o gritar y cerrarse sus ojos inundados de lágrimas, se hubiera ido, después de asegurarse, mostrándosela yentreabriéndola como se entreabre la boca de un caballo para que se vea que es joven, de que Sir Stephen la encontraba lo bastante bonita y lo bastante cómoda para él y estaba dispuesto aaceptarla. Esta conducta, quizás ultrajante, en nada cambiaba el amor que O sentía por René.
Estaba contenta de contar para él lo suficiente como para que él se complaciera en ultrajarla, al igual que los creyentes dan gracias a Dios cuando los doblega. Pero en Sir Stephen adivinaba una voluntad firme y glacial que el deseo no haría flaquear y ante la cual ella no contaba para nada, por conmovedora y sumisa que se mostrara. ¿Por qué, si no, iba ella a tener tanto miedo? El látigo que los criados de Roissy llevaban a la cintura, las cadenas que tenía que llevar casi constantemente, le parecían ahora menos temibles que la tranquilidad con que Sir Stephen le miraba los senos sin tocarlos.
Ella sabía lo frágiles que resultaban, entre sus hombros delgados y su esbelto talle, precisamente a causa de su turgencia. No podía impedir que temblaran. Para ello hubiera tenido que dejar de respirar....

- Pauline Réage -