Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

Herman Hesse ("Demian")

sábado, 7 de septiembre de 2013

Pequeñas Infamias


Tú eres aún muy joven, pero ya te irás dando cuenta de que existen en este mundo muchas personas que han cometido en su vida una pequeña villanía; a ver si me explico bien: un adulterio sin mayor importancia, por ejemplo... una traición... un pequeño robo... quizá incluso algún desliz homosexual muy contrario a las tendencias habituales de esa persona. En otras palabras, un acto del que ellos se avergüenzan pero que es, en realidad, perfectamente perdonable... Lo malo es que muchas veces, más adelante, tal vez años y años más tarde, para que no se descubra esa pequeña infamia, se ven obligados a cometer otra mucho mayor, una gran infamia, ¿me comprendes, querida? Oh, te sorprendería ver lo frecuente que es: yo conozco varios casos así.

Por mencionar alguno, recuerdo el accidente que tuvo lugar en aquella casa allá por el año 82: La visita de la hermana menor de la señora Teldi con su marido. La llegada de unos cuñados de los dueños de casa venidos de España. Ella era hermosa, pero con un aire melancólico, sí, ésa fue la palabra que me vino a la cabeza, triste casi, y su marido, me pareció uno de esos raros ejemplares de hombres bellos que ni siquiera saben que lo son.

La señora Teldi inició un coqueteo con su cuñado que todos notamos desde el primer día. ¡Pero los adulterios se llevaban tan bien en Argentina en aquellas épocas! Resultaba algo habitual y nadie le dio mucha importancia: ni nosotros, ni el marido, nadie... salvo la hermosa traicionada, claro está. "Porque debéis saber, querida mía, que, por fin, un día ella los sorprendió en una de las habitaciones altas de la casa, allí donde nadie subía jamás pues eran cuartos que ya no se usaban...".

Todo esto se lo conté a la chica, que me miraba con ojos como platos. Es curioso, pero los relatos de adulterios siguen fascinando incluso hasta a los jóvenes de hoy en día; ¡a ellos!, que casi todos han vivido ya cantidad de amoríos convencionales, homosexuales, quien sabe si también incestuosos; pero es que los amores lejanos, esos que huelen a secreto y a naftalina, siguen siendo irresistibles. Además, le expliqué con todo lujo de detalles cómo pocas horas más tarde encontramos muerta a la hermana menor de la señora Teldi, "estrellada contra las baldosas del patio trasero de la casa, como si la pobrecilla se hubiera dejado caer silenciosamente, muy silenciosamente, desde esa habitación que presenció su derrota". Después añadí: "Todos pudimos verla con la cara destrozada por el golpe y, sin embargo, en los ojos, nítido aún, el dolor de lo que nunca hubieran querido presenciar."

Las historias entre hermanos siempre son complicadas, no sé si tú eres hija única o no, pero la relación fraternal es algo aparte, convergen tantas y tan viejas cuentas no saldadas: "Esto es mío... tú siempre lo quisiste... no, nunca fue tuyo..." El hermano fuerte y el débil. Siempre es igual, hasta que uno de los dos sale ganando... De todos modos, en esta historia queda claro que la hermana fuerte llevará para siempre el peso de una pequeña infamia, porque una infidelidad pasajera, un tonto devaneo como hay tantos, no habría tenido la menor trascendencia si su hermana no hubiera abierto la puerta de una de las habitaciones altas; pero la muerte tiene la virtud de sobredimensionar hasta el más insignificante de los deslices; pequeñas infamias. Y desde entonces, el cuñado y la hermana sobreviviente habrán tenido que convivir ya para siempre con la imagen de esos ojos acusadores que los miran desde el fondo del patio, la cabeza rota contra las baldosas, y la falda obscenamente arremangada sobre unas piernas tan blancas, tan inocentes, que nunca debieron subir hasta aquella parte de la casa.

Carmen Posadas

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