“Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un día en
que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato. Que la persona sin la que
no podíamos estar y por la que no dormíamos, sin la que no concebíamos nuestra
existencia, de cuyas palabras y de cuya presencia dependíamos día tras día,
llegará un momento en que ni siquiera nos ocupará un pensamiento, y cuando nos
lo ocupe, de tarde en tarde, será para un encogimiento de hombros, y a lo más
que alcanzará ese pensamiento será a preguntarse un segundo: “¿Qué se habrá
hecho de ella?”, sin preocupación
ninguna, sin curiosidad siquiera. ¿Qué nos importa hoy la suerte de nuestra
primera novia, cuya llamada o el encuentro con ella esperábamos anhelantemente? ¿Qué nos importa, incluso, la suerte de la
penúltima, si hace ya un año que no la vemos?
¿Qué nos importan los amigos del colegio, y los de la Universidad, y los
siguientes, pese a que giraran en torno a ellos larguísimos tramos de nuestra
existencia que parecían no ir a terminarse nunca?
¿Qué nos importan los que se desgajan, los que se van, los que nos dan la
espalda y se apartan, los que dejamos caer y convertimos en invisibles, en
meros nombres que sólo recordamos cuando por azar vuelven a alcanzar nuestros oídos,
los que se mueren y así nos desertan?
No sé, mi madre murió hace veinticinco años, y aunque me siento obligado a que
me dé tristeza pensarlo, y hasta me la acabe dando cada vez que lo hago, soy
incapaz de recuperar la que sentí entonces, no digamos de llorar como me tocó
hacerlo entonces. Ahora es sólo un hecho: mi madre murió hace veinticinco años,
y yo soy sin madre desde aquel momento. Es parte de mí, simplemente, es un dato
que me configura, entre otros muchos: soy sin madre desde joven, eso es todo o
casi todo, lo mismo que soy soltero o que otros son huérfanos desde la
infancia, o son hijos únicos, o el pequeño de siete hermanos, o descienden de
un militar, o de un médico o de un delincuente, que más da, a la larga todos
son datos y nada tiene demasiada importancia, cada cosa que nos sucede o que
nos precede cabe en un par de líneas de un relato.”
“Cuando alguien está enamorado, o más precisamente cuando lo está una
mujer y además es al principio y el enamoramiento todavía posee el atractivo de
la revelación, por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier
asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente de fingirlo
para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que
también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por
lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor,
preocupación o hasta obsesión. No digamos de acompañarlo en sus reflexiones
improvisadas, que son las que más atan y arrastran porque asistimos a su
nacimiento y las empujamos, y las vemos desperezarse y vacilar y tropezar. De
pronto nos apasionan cosas a las que jamás habíamos dedicado un pensamiento, cogemos
insospechadas manías, nos fijamos en detalles que nos habían pasado
inadvertidos y que nuestra percepción habría seguido omitiendo hasta el final
de nuestros días, centramos nuestras energías en cuestiones que no nos afectan
más que vicariamente o por hechizo o contaminación, como si decidiéramos vivir
en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo
ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real, el cual
dejamos temporalmente en suspenso o en un segundo lugar, de paso descansamos de él (nada tan tentador
como entregarse a otro, aunque sólo sea con la imaginación, y hacer nuestros
sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser la nuestra ya es
más leve por eso). Tal vez sea excesivo expresarlo así, pero nos ponemos
inicialmente al servicio de quien nos ha dado por querer, o por lo menos a su
disposición, y la mayoría lo hacemos sin malicia, esto es, ignorando que
llegará un día, si nos afianzamos y nos sentimos firmes, en que él nos mirará
desilusionado y perplejo al comprobar que en realidad nos trae sin cuidado lo
que antaño nos sucitaba emoción, que nos aburre lo que nos cuenta sin que él
haya variado de temas ni éstos hayan perdido interés. Será sólo que hemos
dejado de esforzarnos en nuestro entusiasta querer inaugural, no que
fingiéramos y fuéramos falsas desde el primer instante. Con Leopoldo nunca hubo
un ápice de ese esfuerzo, porque tampoco lo hubo de ese voluntarioso e ingenuo
e incondicional querer; sí en cambio con Diaz-Varela, con quien me volqué
intimamente –es decir, con prudencia y sin agobiarlo, ni casi hacérselo notar-
pese a saber de antemano que él no podría corresponderme, que él estaba a su
vez al servicio de Luisa y que además llevaba por fuerza mucho tiempo esperando
su oportunidad.”
2 comentarios:
Qué bueno está esto! Un gran aporte, estimada.
Besos y gracias
Rick bienvenido y gracias por dejar la huella de tu paso por aquí.
La idea fue de mi Parce, pero al parecer ahora la única que sigue con el cuento soy yo...
Un beso
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