Y me contó la historia de un muchacho enamorado de una estrella. Adoraba a su estrella junto al mar, tendía sus brazos hacia ella, soñaba con ella y le dirigía todos sus pensamientos. Pero sabía o creía saber, que una estrella no podría ser abrazada por un ser humano. Creía que su destino era amar a una estrella sin esperanza; y sobre esta idea construyó todo un poema vital de renuncia y de sufrimiento silencioso y fiel que habría de purificarle y perfeccionarle. Todos sus sueños se concentraban en la estrella. Una noche estaba de nuevo junto al mar, sobre un acantilado, contemplando la estrella y ardiendo de amor hacia ella. En el momento de mayor pasión dio unos pasos hacia adelante y se lanzó al vacío, a su encuentro. Pero en el instante de tirarse pensó que era imposible y cayó a la playa destrozado. No había sabido amar. Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella.

Herman Hesse ("Demian")

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Principito

¿Qué significa domesticar? 


ENTONCES apareció el zorro: 
-¡Buenos días! -dijo el zorro. 
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada. 
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz. 




-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. 
¡Qué bonito eres! -Soy un zorro -dijo el zorro. 
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste! 
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado. 
-¡Ah, perdón! -dijo el principito. 
Pero después de una breve reflexión, añadió: 
-¿Qué significa "domesticar"? 
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas? 
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar"? 
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas? 
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar"? -volvió a preguntar el principito. 
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear lazos... " 
-¿Crear lazos? 
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo... 
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado... 
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas. 
-¡Oh, no es en la Tierra! -exclamó el principito. 
El zorro pareció intrigado: 
-¿En otro planeta? 
-Sí. 
-¿Hay cazadores en ese planeta? 
-No. 
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas? 
-No. 
-Nada es perfecto -suspiró el zorro. Y después volviendo a su idea: 
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo. 
El zorro se calló y miró un buen rato al principito: 
-Por favor... domestícame -le dijo. 
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas. 
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, los hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame! 
-¿Qué debo hacer? -preguntó el principito. 
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca... 




El principito volvió al día siguiente. 
-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. 
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones. 
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando el día de la partida: 
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré. 
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro. 
-¡Y vas a llorar!, -dijo él principito. 
-¡Seguro! 
-No ganas nada. 
-Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo. 
Y luego añadió: 
-Vete a ver las rosas; comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto. 
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo: 



-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo. 
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles: 
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin. 
Y volvió con el zorro. 
-Adiós -le dijo. 
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: Sólo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible para los ojos. 
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo. 
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa... 
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.

Antoine de Saint-Exupéry

sábado, 7 de septiembre de 2013

Pequeñas Infamias


Tú eres aún muy joven, pero ya te irás dando cuenta de que existen en este mundo muchas personas que han cometido en su vida una pequeña villanía; a ver si me explico bien: un adulterio sin mayor importancia, por ejemplo... una traición... un pequeño robo... quizá incluso algún desliz homosexual muy contrario a las tendencias habituales de esa persona. En otras palabras, un acto del que ellos se avergüenzan pero que es, en realidad, perfectamente perdonable... Lo malo es que muchas veces, más adelante, tal vez años y años más tarde, para que no se descubra esa pequeña infamia, se ven obligados a cometer otra mucho mayor, una gran infamia, ¿me comprendes, querida? Oh, te sorprendería ver lo frecuente que es: yo conozco varios casos así.

Por mencionar alguno, recuerdo el accidente que tuvo lugar en aquella casa allá por el año 82: La visita de la hermana menor de la señora Teldi con su marido. La llegada de unos cuñados de los dueños de casa venidos de España. Ella era hermosa, pero con un aire melancólico, sí, ésa fue la palabra que me vino a la cabeza, triste casi, y su marido, me pareció uno de esos raros ejemplares de hombres bellos que ni siquiera saben que lo son.

La señora Teldi inició un coqueteo con su cuñado que todos notamos desde el primer día. ¡Pero los adulterios se llevaban tan bien en Argentina en aquellas épocas! Resultaba algo habitual y nadie le dio mucha importancia: ni nosotros, ni el marido, nadie... salvo la hermosa traicionada, claro está. "Porque debéis saber, querida mía, que, por fin, un día ella los sorprendió en una de las habitaciones altas de la casa, allí donde nadie subía jamás pues eran cuartos que ya no se usaban...".

Todo esto se lo conté a la chica, que me miraba con ojos como platos. Es curioso, pero los relatos de adulterios siguen fascinando incluso hasta a los jóvenes de hoy en día; ¡a ellos!, que casi todos han vivido ya cantidad de amoríos convencionales, homosexuales, quien sabe si también incestuosos; pero es que los amores lejanos, esos que huelen a secreto y a naftalina, siguen siendo irresistibles. Además, le expliqué con todo lujo de detalles cómo pocas horas más tarde encontramos muerta a la hermana menor de la señora Teldi, "estrellada contra las baldosas del patio trasero de la casa, como si la pobrecilla se hubiera dejado caer silenciosamente, muy silenciosamente, desde esa habitación que presenció su derrota". Después añadí: "Todos pudimos verla con la cara destrozada por el golpe y, sin embargo, en los ojos, nítido aún, el dolor de lo que nunca hubieran querido presenciar."

Las historias entre hermanos siempre son complicadas, no sé si tú eres hija única o no, pero la relación fraternal es algo aparte, convergen tantas y tan viejas cuentas no saldadas: "Esto es mío... tú siempre lo quisiste... no, nunca fue tuyo..." El hermano fuerte y el débil. Siempre es igual, hasta que uno de los dos sale ganando... De todos modos, en esta historia queda claro que la hermana fuerte llevará para siempre el peso de una pequeña infamia, porque una infidelidad pasajera, un tonto devaneo como hay tantos, no habría tenido la menor trascendencia si su hermana no hubiera abierto la puerta de una de las habitaciones altas; pero la muerte tiene la virtud de sobredimensionar hasta el más insignificante de los deslices; pequeñas infamias. Y desde entonces, el cuñado y la hermana sobreviviente habrán tenido que convivir ya para siempre con la imagen de esos ojos acusadores que los miran desde el fondo del patio, la cabeza rota contra las baldosas, y la falda obscenamente arremangada sobre unas piernas tan blancas, tan inocentes, que nunca debieron subir hasta aquella parte de la casa.

Carmen Posadas

domingo, 11 de agosto de 2013

La mujer de nieve



"Bigelow saca su diccionario de chinook.
-Be-be -dice, decidiéndose por lo simple. Beso.
La más leve de las sonrisas. ¿O se lo ha imaginado? Ella mira a donde apunta su dedo, la palabra y su traducción.
Se lo ha imaginado. No está sonriendo. Pero tampoco parece descontenta. Parece... ¿qué parece? Bigelow está a punto de tirar la toalla y volver a su casa cuando la mujer se lleva una mano a la garganta y empieza por ese botón.
Bigelow se queda mirando mientras el corpiño del vestido se abre para desvelar su cuerpo. Ella dobla el vestido, se quita la ropa interior y la dobla también, sin prisas. Él la sigue a la otra habitación, no sin coger la lámpara para poder verle la cara, para escudriñarla y confirmar que esto es lo que él espera que sea, una invitación.
Ella alza las cejas; él se quita la camisa por la cabeza, sin molestarse en desabrocharla. Impaciente, no ávido. Ha ensayado la intención de ser tan cortés como pueda.
Pero apenas empieza a palpar entre sus piernas, ella lo coge por la muñeca y le aparta la mano.
Bueno, piensa él, y se inclina a toda prisa, con las piernas fuera de la cama, para meter la lengua en ese mismo sitio.
Ella se incorpora de un salto. Le coge las orejas como si fueran las asas de una jarra y le aparta la cabeza de su entrepierna.
-¿Qué? -dice Bigelow inútilmente-. ¿Qué quieres?
La mujer vuelve a tumbarse y él se sienta a su lado, mirando la suave e ilegible piel de su vientre.
-Icta? -traduce en chinook. ¿Qué?
Ella cierra los ojos y abre un poco las piernas.
Él no se mueve.
Ella flexiona las rodillas, y él se coloca sobre su cuerpo.
Planta una mano en la cama y usa la otra para guiarse dentro de ella, sin dejar de mirarla para asegurarse de no hacer nada que le disguste, observando el efecto de cada prudente empujón.
No le hace gracia que ella haya huido tras sus párpados cerrados; le parece verla allí, en la oscuridad, acurrucada en un lugar demasiado pequeño como para dar cabida a otro ocupante. Se dice a sí mismo que ha conseguido lo que quería, pero no es en modo alguno lo que esperaba, y lo invade el desconsuelo. No se ha unido a ella, no puede alcanzarla.
Como un interruptor, la idea de que ella lo esquiva excita su cuerpo.
Sigue estando duro, le zumban los oídos, un nuevo sabor le inunda la boca y continúa moviéndose, siguiendo el empuje de su polla, decidido a encontrar a la mujer."


"En contra de lo que el prejuicio le ha enseñado a esperar, no es una mujer desinhibida. Él ha oído que las mujeres nativas maduran antes que las blancas, y que padres y madres mandan a sus hijas con tíos o amigos para que las inicien. Pero ella no deja traslucir una educación semejante. Hay toda una lista de gestos cariñosos que no tolera.
Se queda quieta si le da un besito con la boca cerrada, pero si intenta besarla más profundamente vuelve la cabeza enseguida, y él se encuentra lamiéndole la mejilla. Le aparta las manos del cuello, los pies, el pelo y los genitales. Pero cuando la penetra, se queda tumbada debajo de él con una sonrisa arrobada, los ojos cerrados y los dedos moviéndose afanosamente en su propio cuerpo, sin preocuparse del ritmo que él imponga. Cuando llega al orgasmo se excita muchísimo -arquea la espalda, grita-, pero no sale de sí misma. Él no consigue convencerla de que se siente a horcajadas sobre él o que le permita penetrarla en cualquier postura que no sea la que llaman del misionero. Y tal vez ésa sea la explicación, puesto que las islas Aleutianas han estado colonizadas durante mucho tiempo por ortodoxos rusos."


"Cada nuevo encuentro es como el precedente, tan ritual como sus idas y venidas a la oficina de telégrafos, la anotación de sus observaciones en uno de sus cuadernos.  La mira mientras ella prepara la comida que él le ha llevado; come con ella en silencio; se acuestan juntos en su cama, sobre una manta de pieles; él espera hasta que ella grita y arquea la espalda, y luego se permite llegar al placer.
Cuando él la suelta, ella se incorpora. Se levanta de la cama para sacar una tina de hojalata que guarda detrás de la estufa y la llena con el agua que ha calentado en sus dos grandes cacerolas. Luego abre la lata de tabaco, se prepara un pipa y se sienta en la tina con las piernas cruzadas, fumando, mientras él le habla apoyado en un codo, preguntándose por qué no deja de farfullar, pero incapaz de callarse.
Más tarde, de camino a la estación o levantando la cabeza de su mesa de trabajo, se pregunta si es un fallo por su parte: la falta de espontaneidad. No es él quien impone las condiciones, pero quizás, en cierto modo, no comprende que él es su catalizador.

Inventa pequeños trucos; pueriles, a la vez irresistibles y vergonzosos. Se pone cabeza abajo y llama a la puerta con los talones; abre la boca y le enseña un botón sobre la lengua. Pero estas cosas no la provocan; ni siquiera parpadea. En cambio, le quita el abrigo y mira la camisa para ver dónde falta el botón, se lo quita a él de la boca y lo cose, bien apretado, en el sitio al que pertenece. Es como si viera venir sus tonterías y se hubiera insensibilizado contra ellas.
Le deja entrar, sí, pero lo único que abre son las piernas, y todos sus demás actos -preparar la comida, remendar pieles, incluso encerarle las botas- le parecen a Bigelow elaborados señuelos, maneras de distraerlo y apartarlo de su yo más profundo, el que él realmente quiere alcanzar.
Ella.
Dentro hay un nombre, una palabra que él quiere saber. Poseer."

Kathryn Harrison


sábado, 13 de julio de 2013

Los hombres que no amaban a las mujeres


"Bjurman volvió al otro lado de la mesa y se sentó en su cómodo sillón de cuero.


-No puedo asignarte dinero así como así -dijo de repente-. ¿Por qué necesitas un ordenador tan caro? Hay aparatos considerablemente más baratos que puedes usar para tus juegos de ordenador.


-Quiero poder disponer de mi propio dinero como antes.


El abogado Bjurman la miró con lástima.


-Ya veremos. Primero debes aprender a ser sociable y a relacionarte con la gente.


Posiblemente la sonrisa del abogado Bjurman se habría esfumado si hubiera podido leer los pensamientos que Lisbeth Salander ocultaba tras sus inexpresivos ojos.


-Creo que tú y yo vamos a ser buenos amigos -dijo Bjurman-. Tenemos que confiar el uno en el otro.


Como ella no contestaba, puntualizó:


-Ya eres toda una mujer, Lisbeth.


Ella asintió con la cabeza.


-Ven aquí- dijo, tendiéndole la mano.


Durante unos segundos Lisbeth Salander fijó la mirada en el abrecartas antes de levantarse y acercarse a él.
Consecuencias. Bjurman cogió su mano y la apretó contra su entrepierna. Ella pudo sentir su sexo a través de los oscuros pantalones de tergal.


-Si tú eres buena conmigo, yo seré bueno contigo- dijo.


Lisbeth estaba tiesa como un palo cuando el abogado le puso la otra mano alrededor de la nuca y la forzó a arrodillarse con la cara delante de su entrepierna.


-No es la primera vez que haces esto, ¿a que no?- dijo al abrir la bragueta. Olía como si acabara de lavarse con agua y jabón.


Lisbeth Salander apartó su cara e intentó levantarse pero él la tenía bien agarrada. En cuestión de fuerza no tenía nada que hacer; pesaba poco más de cuarenta kilos, y él noventa y cinco. Bjurman le agarró la cabeza con las dos manos y le levantó la cara; sus miradas se cruzaron.


-Si tú eres buena conmigo, yo seré bueno contigo -repitió-. Si te me pones brava, puedo meterte en un manicomio para el resto de tu vida. ¿Te gustaría eso?


Ella no contestó.


-¿Te gustaría? -insistió.


Lisbeth negó con la cabeza.

Esperó hasta que ella bajó la mirada; cosa que interpretó como sumisión. Luego se aproximó más. Lisbeth Salander abrió los labios y se lo introdujo en la boca. Bjurman la mantuvo todo el tiempo cogida por la nuca apretándola violentamente contra él. Durante los diez minutos que estuvo moviéndose, entrando y saliendo, ella no paró de sufrir arcadas; cuando por fin se corrió, la tenía tan fuertemente agarrada que apenas podía respirar.


Le dejó usar un pequeño lavabo que tenía en su despacho. A Lisbeth Salander le temblaba todo el cuerpo mientras se lavaba la cara e intentaba quitarse la mancha del jersey. Tragó un poco de pasta de dientes para intentar eliminar el mal sabor. Cuando volvió a salir a su despacho, él estaba sentado impasible tras su mesa hojeando sus papeles.


-Siéntate Lisbeth- le ordenó sin mirarla.


Ella se sentó. Finalmente Bjurman alzó la mirada y le sonrió.


-Ya eres adulta, Lisbeth, ¿verdad?


Ella asintió.


-Entonces, debes aprender los juegos de los adultos- dijo.


Empleó un tono de voz como si le estuviera hablando a un niño. Ella no contestó. Una pequeña arruga apareció en su frente.


-No creo que sea una buena idea que le cuentes nuestros juegos a nadie. Piensa: ¿quién te creería? En tu informe se hace constar que no estás en pleno uso de tus facultades.


Al no contestar ella, prosiguió:


-Sería tu palabra contra la mía. ¿Cuál crees tú que tendría más valor?


Como ella seguía sin contestar, suspiró. De repente le irritó que no hiciera más que callar y contemplarle, pero se controló.


-Tú y yo vamos a ser buenos amigos -dijo-. Creo que has hecho bien en acudir hoy a mí. Puedes venir a verme siempre que quieras.


-Necesito diez mil coronas para mi ordenador- le soltó ella en voz baja, como si retomara la conversación que estaban manteniendo antes de la interrupción.

El abogado Bjurman arqueó las cejas. Dura de pelar la tía. Joder, parece totalmente retrasada. Le extendió el cheque que había firmado cuando ella estaba en el baño. <<Es mejor que una puta; a ésta le pago con su propio dinero.>> Una sonrisa de superioridad se dibujó en sus labios. Lisbeth Salander cogió el cheque y se marchó".

Stieg Larsson

miércoles, 3 de julio de 2013

El nido de la serpiente

Memorias del hijo del heladero

 

"  -Nosotros éramos un misterio para ellas. Lo mejor que hay para conquistar a una mujer es la intriga, el misterio. A las mujeres les gustan los hombres desconocidos.
    -¿Tú crees?
    -Está comprobado científicamente. Las mujeres maduran antes que nosotros y son más astutas. Además, son muy pragmáticas y no se enamoran. Se apasionan un poquito. El único truco para controlarlas es inventar un misterio, para que se ocupen de la investigación. ¿Quién es ese tipo? ¿De dónde salió? ¿Qué quiere conmigo? Y por ahí. Que se pregunten muchas cosas. La mujer es curiosa por naturaleza. Y si además te la tiemplas bien, pues ya. Eres el ídolo preferido.
    -¿Y después? ¿Cuando pasa el tiempo?
   -Ah, te jodiste. Ya tiene todas las respuestas al misterio y sabe que eres un hombrecito más. Común y corriente. Lleno de problemas y defectos. Se rompe el embrujo.
   -Es fácil.
   -Por eso los matrimonios no funcionan. Son un negocio. El matrimonio lo inventó un comerciante. Lo que funciona es el misterio, Pedrito, el misterio. Vivir el novelón romántico. Descubrirse uno al otro. Y después se acaba porque ninguna novela es eterna. Después del misterio hay un gran desierto. Rutina, aburrimiento. Carga pesada.
   -Pero a la mujer le gusta el matrimonio.
   -No le gusta pero lo soportan porque les conviene. Son sedentarias. Nosotros somos cazadores. Tenemos que ir de un valle al otro atrás de los mamuts.

Bebimos en silencio un rato. Asimilé lo que me había dicho.
   -Por eso eres marinero, Gustavo. No crees en el matrimonio.
   -No creo en nada. Los seres humanos somos caníbales. El dolor nace con uno y te acompaña siempre.
Para mí era demasiado abstracto.
   -¿Qué dolor, Gustavo?
  -Todavía eres joven. Ya sabrás cuando te pasan los años. Lo que te quiero decir es que somos seres individuales. No creas jamás en ningún tipo de organización y de grupos. Ni siquiera en la familia. Todo es mentira. Siempre hay alguien atrás para controlar a su favor.
   -Eres como un lobo.
   -Dentro de mí vive un tigre. Y es difícil mantenerlo bajo control.

Después de aquella tarde no nos vimos más. Se fue sin despedirse. Ya tenía cuarenta y pico de años. Pienso que murió en New York, en algún asilo, o quizás en la calle, en una covacha miserable. Sucio, borracho, solo. Absolutamente solo y sonriente. Lo recuerdo como un iluminado que se abastecía de sí mismo. Es mejor pensar eso y no creer que fue un fracasado más. Quiero recordarlo siempre en ese instante perpetuo, ínfimo, que separa a un espíritu luminoso y solitario de un espectro de las tinieblas.
Es muy difícil encontrar el camino sin un maestro. Cada día se nos pone más difícil la vida porque no hay maestros. Embusteros sí. Ésos abundan."

Pedro Juan Gutiérrez

lunes, 17 de junio de 2013

Los Enamoramientos




“Vamos aprendiendo que lo que nos pareció gravísimo llegará un día en que nos resulte neutro, sólo un hecho, sólo un dato. Que la persona sin la que no podíamos estar y por la que no dormíamos, sin la que no concebíamos nuestra existencia, de cuyas palabras y de cuya presencia dependíamos día tras día, llegará un momento en que ni siquiera nos ocupará un pensamiento, y cuando nos lo ocupe, de tarde en tarde, será para un encogimiento de hombros, y a lo más que alcanzará ese pensamiento será a preguntarse un segundo: “¿Qué se habrá hecho de ella?”, sin preocupación ninguna, sin curiosidad siquiera. ¿Qué nos importa hoy la suerte de nuestra primera novia, cuya llamada o el encuentro con ella esperábamos anhelantemente? ¿Qué nos importa, incluso, la suerte de la penúltima, si hace ya un año que no la vemos? ¿Qué nos importan los amigos del colegio, y los de la Universidad, y los siguientes, pese a que giraran en torno a ellos larguísimos tramos de nuestra existencia que parecían no ir a terminarse nunca? ¿Qué nos importan los que se desgajan, los que se van, los que nos dan la espalda y se apartan, los que dejamos caer y convertimos en invisibles, en meros nombres que sólo recordamos cuando por azar vuelven a alcanzar nuestros oídos, los que se mueren y así nos desertan? No sé, mi madre murió hace veinticinco años, y aunque me siento obligado a que me dé tristeza pensarlo, y hasta me la acabe dando cada vez que lo hago, soy incapaz de recuperar la que sentí entonces, no digamos de llorar como me tocó hacerlo entonces. Ahora es sólo un hecho: mi madre murió hace veinticinco años, y yo soy sin madre desde aquel momento. Es parte de mí, simplemente, es un dato que me configura, entre otros muchos: soy sin madre desde joven, eso es todo o casi todo, lo mismo que soy soltero o que otros son huérfanos desde la infancia, o son hijos únicos, o el pequeño de siete hermanos, o descienden de un militar, o de un médico o de un delincuente, que más da, a la larga todos son datos y nada tiene demasiada importancia, cada cosa que nos sucede o que nos precede cabe en un par de líneas de un relato.”


“Cuando alguien está enamorado, o más precisamente cuando lo está una mujer y además es al principio y el enamoramiento todavía posee el atractivo de la revelación, por lo general somos capaces de interesarnos por cualquier asunto que interese o del que nos hable el que amamos. No solamente de fingirlo para agradarle o para conquistarlo o para asentar nuestra frágil plaza, que también, sino de prestar verdadera atención y dejarnos contagiar de veras por lo que quiera que él sienta y transmita, entusiasmo, aversión, simpatía, temor, preocupación o hasta obsesión. No digamos de acompañarlo en sus reflexiones improvisadas, que son las que más atan y arrastran porque asistimos a su nacimiento y las empujamos, y las vemos desperezarse y vacilar y tropezar. De pronto nos apasionan cosas a las que jamás habíamos dedicado un pensamiento, cogemos insospechadas manías, nos fijamos en detalles que nos habían pasado inadvertidos y que nuestra percepción habría seguido omitiendo hasta el final de nuestros días, centramos nuestras energías en cuestiones que no nos afectan más que vicariamente o por hechizo o contaminación, como si decidiéramos vivir en una pantalla o en un escenario o en el interior de una novela, en un mundo ajeno de ficción que nos absorbe y entretiene más que el nuestro real, el cual dejamos temporalmente en suspenso o en un segundo lugar,  de paso descansamos de él (nada tan tentador como entregarse a otro, aunque sólo sea con la imaginación, y hacer nuestros sus problemas y sumergirnos en su existencia, que al no ser la nuestra ya es más leve por eso). Tal vez sea excesivo expresarlo así, pero nos ponemos inicialmente al servicio de quien nos ha dado por querer, o por lo menos a su disposición, y la mayoría lo hacemos sin malicia, esto es, ignorando que llegará un día, si nos afianzamos y nos sentimos firmes, en que él nos mirará desilusionado y perplejo al comprobar que en realidad nos trae sin cuidado lo que antaño nos sucitaba emoción, que nos aburre lo que nos cuenta sin que él haya variado de temas ni éstos hayan perdido interés. Será sólo que hemos dejado de esforzarnos en nuestro entusiasta querer inaugural, no que fingiéramos y fuéramos falsas desde el primer instante. Con Leopoldo nunca hubo un ápice de ese esfuerzo, porque tampoco lo hubo de ese voluntarioso e ingenuo e incondicional querer; sí en cambio con Diaz-Varela, con quien me volqué intimamente –es decir, con prudencia y sin agobiarlo, ni casi hacérselo notar- pese a saber de antemano que él no podría corresponderme, que él estaba a su vez al servicio de Luisa y que además llevaba por fuerza mucho tiempo esperando su oportunidad.”

Javier Marías

miércoles, 17 de abril de 2013

Diatriba de amor contra un hombre sentado


"Vas a cumplir medio siglo de vida y todavía no has descubierto que a pesar de los viajes a la luna, a pesar de las seis suites para chelo solo, a pesar de tantas glorias del alma, los seres humanos seguimos siendo iguales a los perros. Todavía soy consciente de cómo me miran los hombres (y algunas mujeres, por supuesto), de cómo me eligen a distancia y se abren paso en la muchedumbre y vienen hacia mí, y me saludan con un beso que a todo el mundo le parece convencional, pero que no siempre lo es. ¡Qué va! La mayoría lo hace sólo para olfatearme, como los perros de la calle, y las mujeres tenemos un instinto para soltarles a unos un olor que les dice que no, y a otros un olor que les dice que sí. Entre la gente que conocemos, aun entre los amigos mas íntimos, cada mujer sabe quienes son los hombres que sí. Es una comunidad unida por un pacto confidencial del cual nunca se habla, y quizás ni se hablará nunca, pero que está ahí, siempre alerta, siempre disponible, por si acaso.

De manera que llegado el día no ha de faltar un hombre que me ame de sobra para despertarme de amor cuando me haga la dormida, para que tumbe la puerta del baño cuando lo esté haciendo esperar demasiado, para que no le asuste ser vampiro en una que otra luna, y que sea capaz de hacerlo donde sea y como sea y no siempre en la cama como los muertos. Que esté preparado para recibir la visita del Espíritu Santo en mitad del almuerzo, y que yo se lo vea en el fulgor de los ojos, y se me quite el hambre con un nudo en la voz, y tapemos los platos para que no se nos enfríe la comida mientras vamos al cuarto y volvemos. Un hombre que no deje de hacerlo conmigo porque se imagina que no quiero, sino que me obligue a querer hacerlo aunque yo no quiera, a todas horas y en cualquier parte, como sea y por donde sea, debajo de los puentes, en las escaleras de incendio, en el retrete de un avión mientras el mundo duerme en medio del Atlántico, y que aun en las tinieblas exteriores o en los finales más ciegos sepa siempre que soy yo la que está con él, y que soy yo y ninguna otra la única que fue mandada a hacer sobre medidas para hacerlo feliz y ser feliz con él hasta la puta muerte”.

viernes, 22 de febrero de 2013

Evocación...

Mi vida Secreta
Anónimo

"No hay visión más exquisita y voluptuosamente excitante que la de una mujer bien formada, sentada o tumbada, desnuda con las piernas cerradas, oculto su coño por los muslos y sólo indicado por la sombra proveniente de los rizos de su toisón, que se espesa al acercarse a la parte superior del templo de Venus, como si quisiera ocultarlo. Entonces, a medida que sus muslos se abren suavemente y la raja en el fondo de su vientre se abre ligeramente con ellos, aparece el crecimiento de los labios, surgen el delicado clítoris y las ninfas, se ve el incitante tinte rojo de toda la superficie, y el conjunto queda enmarcado por el cabello rizado, suave y brillante mientras por los alrededores no hay sino la carne suave y marfileña del vientre y los muslos, que le proporcionan el aspecto de una joya en un estuche. Los ojos del hombre nunca podrán descansar en un cuadro más dulce. Entonces, cuando los muslos se abren para el abrazo del hombre y el coño se muestra en toda su longitud y anchura, rojo y brillante con humedad y lujuria, viéndose todo menos el extremo inferior donde se encuentra la entrada para la polla, que está parcialmente cerrada por las marfileñas nalgas y parece de un rojo más oscuro por la sombra donde se encuentra, expresando el secreto y la profundidad del tubo donde ha de hundirse la polla, y donde penetra, se endurece y palpita, emite y se reduce mientras su propietario casi se desmaya por el placer que recibe y da. ¿Hay alguna cosa en este ancho mundo comparable a un coño? ¿Cómo puede un hombre dejar de sentir curiosidad, deseo y encanto en él? En esos momentos mi cerebro gira con visiones de belleza y placer pasadas, presentes y futuras. Mis ojos cubren todo el espectáculo desde el ano hasta el ombligo, el coño parece investido de belleza seráfica y ser un ángel su poseedora. Por eso incluso ahora puedo contemplar los coños con todo el júbilo de mi juventud, y aunque haya visto mil cuatrocientos, desearía ver mil cuatrocientos más. Sobre la fisonomía de los coños y sus capacidades para dar placer creo que sé tanto como la mayoría de los hombres. Fisiológicamente pueden dividirse en cinco clases, pero un coño puede compartir las características de una, dos o más, especialmente por lo que respecta al desarrollo de clítoris y ninfas. Los clasifico del siguiente modo: 1) coños perfilados limpiamente; 2)perfilados con bandas: 3) labiados con volantes; 4) labiados finamente; 5) de labios llenos, y 6) respingones."

domingo, 3 de febrero de 2013

Historia de O

... Pero no sucedió como ella imaginaba. Le oyó abrir la puerta y cruzar la habitación. Permaneció un rato de pie, de espaldas al fuego,contemplándola y, luego, en voz muy baja, le dijo que se levantara y se sentara. Ella le obedeció, sorprendida y hasta molesta. Él le ofreció amablemente un whisky y un cigarrillo que ella rehusó.
Entonces advirtió ella que se había puesto una bata, una bata muy severa, de buriel gris, del mismo gris que sus cabellos. Tenía las manos largas y enjutas y lasuñas planas, cortas y muy blancas. Sorprendió la mirada de O y ella enrojeció: eran aquellasmanos, duras e insistentes, las que se habían apoderado de su cuerpo, y ahora las temía y lasesperaba. Pero él no se acercaba.
—Quisiera que se desnudara —dijo—. Pero, primero, quítese sólo la blusa, sin levantarse.
O desabrochó los grandes corchetes dorados y se despojó del justillo negro que dejó en unextremo del sofá, junto a la chaqueta, los guantes y el bolso.
  —Acaricíese un poco la punta de los senos —dijo entonces Sir Stephen, y añadió
—Tendrá que usar un maquillaje más oscuro, ése es demasiado claro.
O, estupefacta, se frotó con la yema de los dedos los pezones, los cuales se endurecieron e irguieron. Luego, los cubrió con la palma de la mano.
— ¡Ah, no! —exclamó Sir Stephen.
Ella retiró sus manos y se apoyó en el respaldo del sofá. Sus senos eran muy abultados para su talle tan fino y cayeron suavemente hacia sus axilas. Tenía la nuca apoyada en el sofá ylas manos a lo largo del cuerpo. ¿Por qué Sir Stephen no acercaba a ella su boca, por qué no ponía la mano en los pezones que él había deseado ver erguirse y que ella sentía estremecerse, por más inmóvil que se mantuviera, sólo con respirar?
Él se acercó, se sentó en el brazo del sofá y no la tocó. Estaba fumando y, a un movimiento de su mano, que O nunca supo si había sido involuntario, un poco de ceniza casi caliente fue a caerle entre los senos.
Ella tuvo la sensación de que quería insultarla, con su desdén, con su silencio, con su atención impersonal. Sin embargo, él la había deseado poco antes, la deseaba todavía, ella lo veía tenso bajo la fina tela de la bata. ¿Por qué no la tomaba, aunque fuera para herirla? O se odiaba a sí misma por aquel deseo y odiaba a Sir Stephen por su forma de dominarse. Ella quería que él la amara, ésta es la verdad: que estuviera impaciente por tocar sus labios y penetrar en su cuerpo, que la maltratara incluso, pero que, en su presencia, no fuera capaz de conservar la calma ni de dominar el deseo.
En Roissy le era indiferente que los que se servían de ellas intieran algo: eran los instrumentos por los que su amante se complacía en ella, los que hacíande ella lo que él quería que fuese, pulida, lisa y suave como una piedra. Sus manos y sus órdenes eran las manos y las órdenes de él. Allí no. René la había entregado a Sir Stephen, pero era evidente que quería compartirla con él, no para obtener algo más de ella ni por la satisfacción de entregarla, sino para compartir con Sir Stephen lo que en aquellos momentos más amaba él, al igual que en otro tiempo habían compartido seguramente un viaje, un barco oun caballo.
Hoy, aquella oferta tenía un significado mayor en relación con Sir Stephen que enrelación con ella. Lo que cada uno buscaría en ella sería la marca del otro, la huella del paso del otro. Hacía un momento, cuando ella estaba arrodillada junto a René y Sir Stephen le abríalos muslos con las dos manos, René le había explicado por qué el dorso de O era tan accesible y por qué él se alegró de que se lo hubieran preparado así. Pensó que a Sir Stephen le gustaría tener constantemente a su disposición la vía que más le agradaba. Incluso le dijo que, si quería, podría hacer de ella uso exclusivo.
 — ¡Ah, encantado! —exclamó Sir Stephen, pero añadió que, a pesar de todo, existía el peligro de que desgarrase a O.
—O es tuya —respondió René, inclinándose sobre ella para besarle las manos.
La sola idea de que René pudiera tener intención de privarse de alguna parte de su cuerpo trastornó a O. Veía en ello la señal de que su amante quería más a Sir Stephen que a ella. Y por más que él le había repetido que amaba en ella el objeto en que la había convertido, la libertad de disponer de ella como quisiera, como se dispone de un mueble que a veces tanto agrada regalar como conservar, ella comprendía que no había acabado de creerle.
Y veía otra prueba de eso que no podía llamar de otro modo que deferencia para con Sir Stephen en que René, que tanto se complacía al verla bajo el cuerpo o los golpes de otros, que con tanta ternura y reconocimiento veía abrirse su boca para gemir o gritar y cerrarse sus ojos inundados de lágrimas, se hubiera ido, después de asegurarse, mostrándosela yentreabriéndola como se entreabre la boca de un caballo para que se vea que es joven, de que Sir Stephen la encontraba lo bastante bonita y lo bastante cómoda para él y estaba dispuesto aaceptarla. Esta conducta, quizás ultrajante, en nada cambiaba el amor que O sentía por René.
Estaba contenta de contar para él lo suficiente como para que él se complaciera en ultrajarla, al igual que los creyentes dan gracias a Dios cuando los doblega. Pero en Sir Stephen adivinaba una voluntad firme y glacial que el deseo no haría flaquear y ante la cual ella no contaba para nada, por conmovedora y sumisa que se mostrara. ¿Por qué, si no, iba ella a tener tanto miedo? El látigo que los criados de Roissy llevaban a la cintura, las cadenas que tenía que llevar casi constantemente, le parecían ahora menos temibles que la tranquilidad con que Sir Stephen le miraba los senos sin tocarlos.
Ella sabía lo frágiles que resultaban, entre sus hombros delgados y su esbelto talle, precisamente a causa de su turgencia. No podía impedir que temblaran. Para ello hubiera tenido que dejar de respirar....

- Pauline Réage -

lunes, 21 de enero de 2013

Los límites del amor

 
 Ama sin dejar de ser tú
Si crees que el amor lo justifica todo y que amar es tu principal fuente de realización, el amor se convertirá en una obsesión y no serás capaz de renunciar al afecto o a tu pareja cuando debas hacerlo. La máxima es: así el miedo y el apego te bloqueen la mente y ablanden tu corazón, no importa cuánto te amen, sino cómo lo hagan. El buen amor es un problema de calidad.

Cuando estás en una relación en la que no te aman como quisieras, o no te respetan, pero sigues allí aferrada o aferrado pese a todo, esperando el milagro de una resurrección imposible, puedes haber pasado los límites del amor razonable e inteligente. Existe un punto donde la línea de lo no negociable se desdibuja, y es en donde perdemos el norte.

No necesitas amar el amor sobre todas las cosas para vivir en pareja. Hay límites a partir de los cuales el amor se transforma en enfermedad o adicción. Para amar no debes renunciar a lo que eres......

- Walter Riso -

domingo, 13 de enero de 2013

Je ne crois à rien!

Madrid, 15-M



Qu'est-ce qui ne tourne pas rond chez moi... 
Qu'est-ce qui ne va pas bien
Je ne crois pas... 
À ce que je vois... 
Je ne crois à rien

Je n'écoute pas ce que l'on me dit... 
Je veux vérifier moi-même
Même dans les bras... 
De la plus jolie... 
Je me demande si je l'aime

Je crie liberté je le crie encore... 
Et j'y crois plus qu'à tout
Un peu plus tard... 
Je crie "à mort"... 
Ça ne va plus du tout


Antoine

(Traduccion no literal)

Que es lo que no funciona bien conmigo…
Que es lo que no va
No lo sé…
Por lo que veo…
No me creo nada

No escucho lo que se me dice…
Prefiero verificarlo yo mismo
Hasta en los brazos…
De la más hermosa…
Me pregunto si me gusta

Grito "libertad" y lo vuelvo a gritar…
Y creo en ello más que en nada
Y a continuación…
Grito "a muerte"…
Esto no marcha para nada.