Tú eres aún muy joven, pero ya te irás dando cuenta de que existen en este mundo muchas personas que han cometido en su vida una pequeña villanía; a ver si me explico bien: un adulterio sin mayor importancia, por ejemplo... una traición... un pequeño robo... quizá incluso algún desliz homosexual muy contrario a las tendencias habituales de esa persona. En otras palabras, un acto del que ellos se avergüenzan pero que es, en realidad, perfectamente perdonable... Lo malo es que muchas veces, más adelante, tal vez años y años más tarde, para que no se descubra esa pequeña infamia, se ven obligados a cometer otra mucho mayor, una gran infamia, ¿me comprendes, querida? Oh, te sorprendería ver lo frecuente que es: yo conozco varios casos así.
Por
mencionar alguno, recuerdo el accidente que tuvo lugar en aquella casa
allá por el año 82: La visita de la hermana menor de la señora Teldi con
su marido. La llegada de unos cuñados de los dueños de casa venidos de
España. Ella era hermosa, pero con un aire melancólico, sí, ésa fue la
palabra que me vino a la cabeza, triste casi, y su marido, me pareció
uno de esos raros ejemplares de hombres bellos que ni siquiera saben que
lo son.
La señora Teldi inició
un coqueteo con su cuñado que todos notamos desde el primer día. ¡Pero
los adulterios se llevaban tan bien en Argentina en aquellas épocas!
Resultaba algo habitual y nadie le dio mucha importancia: ni nosotros,
ni el marido, nadie... salvo la hermosa traicionada, claro está. "Porque
debéis saber, querida mía, que, por fin, un día ella los sorprendió en
una de las habitaciones altas de la casa, allí donde nadie subía jamás
pues eran cuartos que ya no se usaban...".
Todo
esto se lo conté a la chica, que me miraba con ojos como platos. Es
curioso, pero los relatos de adulterios siguen fascinando incluso hasta a
los jóvenes de hoy en día; ¡a ellos!, que casi todos han vivido ya
cantidad de amoríos convencionales, homosexuales, quien sabe si también
incestuosos; pero es que los amores lejanos, esos que huelen a secreto y
a naftalina, siguen siendo irresistibles. Además, le expliqué con todo
lujo de detalles cómo pocas horas más tarde encontramos muerta a la
hermana menor de la señora Teldi, "estrellada contra las baldosas del
patio trasero de la casa, como si la pobrecilla se hubiera dejado caer
silenciosamente, muy silenciosamente, desde esa habitación que presenció
su derrota". Después añadí: "Todos pudimos verla con la cara
destrozada por el golpe y, sin embargo, en los ojos, nítido aún, el
dolor de lo que nunca hubieran querido presenciar."
Las historias entre hermanos siempre son complicadas, no sé si tú eres hija única o no, pero la relación fraternal es algo aparte, convergen tantas y tan viejas cuentas no saldadas: "Esto es mío... tú siempre lo quisiste... no, nunca fue tuyo..." El hermano fuerte y el débil. Siempre es igual, hasta que uno de los dos sale ganando... De todos modos, en esta historia queda claro que la hermana fuerte llevará para siempre el peso de una pequeña infamia, porque una infidelidad pasajera, un tonto devaneo como hay tantos, no habría tenido la menor trascendencia si su hermana no hubiera abierto la puerta de una de las habitaciones altas; pero la muerte tiene la virtud de sobredimensionar hasta el más insignificante de los deslices; pequeñas infamias. Y desde entonces, el cuñado y la hermana sobreviviente habrán tenido que convivir ya para siempre con la imagen de esos ojos acusadores que los miran desde el fondo del patio, la cabeza rota contra las baldosas, y la falda obscenamente arremangada sobre unas piernas tan blancas, tan inocentes, que nunca debieron subir hasta aquella parte de la casa.
Las historias entre hermanos siempre son complicadas, no sé si tú eres hija única o no, pero la relación fraternal es algo aparte, convergen tantas y tan viejas cuentas no saldadas: "Esto es mío... tú siempre lo quisiste... no, nunca fue tuyo..." El hermano fuerte y el débil. Siempre es igual, hasta que uno de los dos sale ganando... De todos modos, en esta historia queda claro que la hermana fuerte llevará para siempre el peso de una pequeña infamia, porque una infidelidad pasajera, un tonto devaneo como hay tantos, no habría tenido la menor trascendencia si su hermana no hubiera abierto la puerta de una de las habitaciones altas; pero la muerte tiene la virtud de sobredimensionar hasta el más insignificante de los deslices; pequeñas infamias. Y desde entonces, el cuñado y la hermana sobreviviente habrán tenido que convivir ya para siempre con la imagen de esos ojos acusadores que los miran desde el fondo del patio, la cabeza rota contra las baldosas, y la falda obscenamente arremangada sobre unas piernas tan blancas, tan inocentes, que nunca debieron subir hasta aquella parte de la casa.
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